La vida nos presenta caminos inesperados, y para algunos, la senda se torna oscura a una edad demasiado temprana. Osmar es uno de esos jóvenes cuya historia, marcada por el abandono y la violencia desde la infancia, nos habla de una resiliencia profunda y la búsqueda incansable de un futuro mejor. Con tan solo 17 años, tomó una decisión que cambiaría su vida para siempre: dejar atrás un mundo de dolor en El Salvador y emprender un peligroso viaje en solitario.

“Tenía 17 años cuando me di cuenta de que el mundo me había dado la espalda,” así comienza la historia de Osmar. Nacido en un hogar donde la ausencia paterna y el trauma materno crearon un vacío insondable, Osmar creció sintiendo el peso de una carga que ningún niño debería llevar. Su único refugio fue su abuelo, quien le brindó un atisbo de amor en medio de la oscuridad. Pero incluso esa luz se apagó, dejando a Osmar aún más vulnerable.

A los 12 años, la escuela quedó atrás, reemplazada por la dura realidad del trabajo infantil, una lucha por la supervivencia diaria. Sin embargo, la peor parte no era el hambre ni el agotamiento físico, sino el vacío emocional que lo consumía. La soledad lo llevó por caminos peligrosos, uniéndose a un grupo que lo introdujo a un mundo de violencia, malas decisiones y drogas. En ese entonces, la esperanza parecía un lujo inalcanzable.